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miércoles, 11 de abril de 2007

Nada que ver



En Ecuador, la moneda oficial es el dólar USA. El sombrero típico se llama panamá. Y el mejor equipo de fútbol (aseguran) es el Barcelona de Guayaquil, cuya indumentaria es idéntica a la del Barcelona de Barcelona. Dicen en la estupenda película Qué tan lejos que, en Ecuador, "nada tiene que ver con nada".

Pero Ecuador tiene mucho que ver. Por ejemplo:

  • Unas carreteras con controles policiales cada dos por tres: te registran la mochila y/o te piden el pasaporte y/o te piden "la cédula" (D.N.I.) y/o te cachean y/o te preguntan si tienes novio (no a mí, sino a Camila). Y eso después de una accidentada y harto estresada irrupción en el país, gracias a unos taxistas peruanos que se dedican a meterte el miedo en el cuerpo: nos dijeron que, si no nos dábamos prisa, íbamos a encontrarnos la frontera cerrada por diez días; junto a otras cosas que tienen que ver con la seguridad personal y la integridad física de las personas.




  • Quito, una urbe moderna que en realidad son dos ciudades, como casi todas las ciudades. Nos alojamos en la zona conocida como Gringolandia (Guirilandia, para que me entiendan mis paisanos), repleta de cafés y restaurantes de todo el mundo, incluso Ecuador. Aunque en fin de semana santa estaba casi todo cerrado, menos las iglesias (repletas de gente que iba a bendecir la palma o ramo). Eso sí, siempre nos quedaba la opción de desayunar en la habitación del hotel; opción gastronómicamente poco recomendable.




  • La "otra ciudad", el Quito antiguo: un centro histórico precioso al que se llega mediante un sistema de transportes moderno, pero mal señalizado. Con lo fácil que sería poner un croquis de la línea dentro de los buses.





  • Unas calles que, como las de Lima, poseen más nombres que la partida de nacimiento de un nieto del rey de España.




  • La Mitad del Mundo. El ecuador propiamente dicho. El paralelo más largo del mundo. El sitio donde se juntan los dos hemisferios. La línea que permite ir del otoño a la primavera sin pasar por el invierno.


  • Un par de buenas películas. Junto a la arriba mencionada, una rareza de filmoteca producida para la televisión alemana hace quince años, con guión y todo (menos el director) ecuatorianos: La escapada final. La arriba mencionada, por cierto, es una película deliciosa en plan road movie que, aparte de los méritos propios, tenía el valor añadido de estar acompañada (en el caso de nuestra proyección) por las risas del público, lo que nos hacía entender hasta qué punto se sentían reflejados por lo que contaba el filme.


  • Una señora, encargada del hotel, que no hacía más que llamarnos "m'hijito(a)" y que el último día nos confesó que le habíamos parecido franceses. Y nos dijo que tuviéramos cuidado en Colombia, que no hiciéramos amistades en ese país, y una cosa sobre las inclinaciones sexuales del presidente de Venezuela.

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