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lunes, 16 de abril de 2007

Nadie dijo que fuera fácil

Me hago mayor y decido viajar de Bogotá a Caracas en avión. "Será más rápido, más fácil, más tranquilo", me digo. Y tengo toda la razón, salvo en lo de tranquilo y fácil.

Y eso que, de entrada, parece fácil. En la agencia de viajes se encargan de ello mediante un sinfín de indicaciones y consejos: tres horas antes en el aeropuerto, ir directamente a Exención de Impuestos, etcétera.

Eso hago: llego tres horas antes al aeropuerto, y si no voy directamente a que me eximan los impuestos (en realidad no te los eximen, sino que te dicen lo que tienes que pagar) es porque me aborda una señorita para que precinte la mochila y yo, claro, otras veces he estado a punto pero ahora me he hecho mayor y me digo: "¿Por qué no?"

Con mis impuestos eximidos y mi equipaje plastificado, estoy facturando este último cuando la chica de la compañía aérea me comunica que debo tener una invitación de alguien del país de destino (o una reserva de hotel) y el billete del vuelo de salida. Lo segundo lo tengo: en formato impresión de billete electrónico, dentro de la mochila. La mochila precintada, concretamente. Lo primero no lo tengo: aunque esta mañana he llamado a varios hoteles de Caracas, ninguno disponía de habitaciones libres. En tal caso, me informa la chica de la aerolínea, no puede darme el billete. En ese momento comprendo por qué me han dicho que debía estar tres horas antes en el aeropuerto. Lo que no comprendo es por qué no me han dicho que necesitaba una reserva. (Por cierto, la agencia se llama Novatours.) La aerochica me dice que puedo resolverlo en una oficina del piso de arriba: una agencia denominada Aviatur. Hacia allá me dirijo.

En Aviatur (o en un sitio que me pareció Aviatur, aunque puede que lo hubiera leído mal) me informan de que para hacer una reserva necesito una tarjeta de crédito, y la mía se quedó perdida en las entrañas de un cajero de Lima. También me aconsejan que vaya a Aviatur (definitivamente, lo tuve que haber leído mal). Hacia allá me dirijo.

En Aviatur (ahora sí) me ponen en contacto con la vendedora de la agencia de Bogotá (Novatours). Aunque tengo ganas de estrangularla con el poder del lado oscuro, me controlo y le pido una solución. La mujer se ofrece a hacerme una reserva y enviarla por fax a Aviatur. Mientras llega el fax, regreso a la planta baja y voy al mostrador de Aerolíneas Argentinas para que me hagan una impresión del billete electrónico de mi salida de Caracas, y así los señores de Lan Perú (la compañía que, si tengo suerte, me llevará a Caracas dentro de un rato) no tendrán que desprecintar mi mochila para sacar la impresión que, listo de mí, dejé allí dentro. En cinco minutos (o veinte, yo qué sé) me dan el comprobante con el vuelo que me llevará de Caracas a Buenos Aires y otros vuelos que ahora mismo no vienen al caso. Con este papelito vuelvo al piso de arriba, corro (porque todo esto lo hago corriendo: corriendo y parando, corriendo y parando, como en una de esas formas de tortura con nombre francés que tanto les gustaba a los profesores de gimnasia de mi infancia y adolescencia) a Aviatur y allí me pasan el fax con la reserva. Dos noches (la chica de Novatours dijo dos noches, y en aquel momento me daba igual) en el Playa Grande Caribe Hotel, por 31 dólares la primera y 22 la segunda. Con esta documentación, vuelvo al mostrador de Lan Perú. Allí, la aeromoza me extiende el billete para Caracas. La chica podía haber puesto cara de "¿ves qué fácil?". No lo hizo, aunque habría sido un detalle narrativamente interesante. Pero la realidad no siempre supera a la ficción.

Y aún me quedan dos horas para embarcar. Tras pasar la aduana y el control de seguridad, casi sin problemas (me hacen enseñarles cierto objeto personal de Camila y el contenido de mis bolsillos), me dirijo a la sala de embarque. Ahí vuelvo a mirar el fax de la reserva y descubro que salió un poco cortado por el lado izquierdo: donde me había parecido leer 31 dólares, debería poner 61; y no son 22 dólares la segunda noche, sino 122 el total de las dos noches. En ese momento decido que quizás debería buscarme otro hotel. (Repito: la agencia de viajes se llama Novatours; yo en vuestro lugar no la tendría en los primeros puestos de mi lista de preferencias.)

Una hora y media después, aún no hemos empezado a embarcar. Es entonces cuando un aeromozo llama a tres pasajeros: yo soy uno de ellos. Como hay pocos pasajeros, pienso que a lo mejor nos van a embarcar en grupos de tres. Pues no. En realidad nos llevan a la entrada del túnel que comunica con el avión. En el suelo hay tres bultos: uno de ellos, mi mochila. También hay dos o tres guardias de seguridad, o policías, o paramilitares uniformados. Una de ellos me dice: "Pase." Y yo obedezco (qué voy a hacer): estoy a punto de entrar en el avión cuando me ordenan que regrese. Y vuelvo a obedecer.




Mi mochila es la última en ser registrada. Me piden que la abra. Esto significa arrancar el plástico y abrir el candado. Cuando descorro la cremallera, empiezan a hurgar en su interior. Como no encuentran nada de su interés, lo vuelvo a meter todo. Y no es fácil. Cada vez es menos fácil conseguir meterlo todo en la mochila. Entonces reparan en un bolsillo exterior. En realidad, la mochila tiene varios bolsillos exteriores, pero (¿dónde entrenan a esta gente?) ellos sólo parecen reparar en uno. Lo abren y encuentran dos suvenires: dos minicandelabros de hierro que le compré a Yamith, nuestro anfitrión en Popayán (hablaré de él en otro momento), y una pieza de cerámica que André me rompió accidentalmente y que, aunque me consiguió una sustituta, yo me resisto a deshacerme de ella, no vaya la Pachamama a lanzarme una maldición. En seguida llegan a la conclusión de que tuvieron que ser los candelabros lo que hizo saltar las alarmas. Sin embargo, no pueden evitar rascar en la pieza de cerámica, como si esperaran encontrar alguna sustancia ilegal. Al final, se ofrecen muy amablemente a precintarme la mochila: con unas tiras de cinta aislante, algo es algo.

Luego, todo transcurre sin problemas. De hecho, los trámites aduaneros en el aeropuerto de Caracas resultan sorprendentemente rápidos, imagino que debido al hecho de que somos pocos los pasajeros del vuelo, y a que es viernes por la noche y la gente quiere irse a su casa.

En el taxi a Caracas oigo en la radio un discurso de Chávez, pero ésa es otra historia.


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4 comentarios:

Blogger camila moraes ha dicho...

Aaaaaaa!!!!! Pues no había leído esta historia hasta hoy! Que drama, Al... Tengo muchas cosas que decirte, incluso para consolarte, pero ahora sobre todo se me ocurren dos:

1) Siempre te dije para no plastificar la fucking mochila.

2) Haga el favor de explicar a la gente de tu blog que "cierto objeto personal de Camila" es un laptop y no un consolador.

Maaalo. Pero pobre! Ahora entiendo lo de las tres horas.

28 de abril de 2007, 12:13

 
Blogger Alberto Ramos ha dicho...

"Cierto objeto personal de Camila" es un laptop. Ya lo puedo decir sin temor a que me lo roben.

En serio, llevar un objeto tan valioso te acaba volviendo un paranoico. ;-)

28 de abril de 2007, 15:10

 
Blogger Unknown ha dicho...

Que blog tan malo...Aprenda a viajar, cuanto se nota que es su primer viaje!! En Novatours me han atendido de primera en los 8 viajes que hago anualmente. En este momento estoy en NYC, asi que viaje para que aprenda un poco mas: solo la experiencia le da cosas que en mingun otro lado se las daran.

2 de agosto de 2007, 20:24

 
Blogger Alberto Ramos ha dicho...

Si yo tuviera dinero y tiempo para hacer ocho viajes anuales, seguro que Novatours también me atendería de primera. Aunque fuera un maleducado y un prepotente.

Por cierto, este año me he saltado la media y he tomado doce aviones (nueve de ellos internacionales), así que no creo que el problema se deba a ninguna falta de experiencia.

3 de agosto de 2007, 4:00

 

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